El cuervo

7 de septiembre de 2007

El día de ayer inauguré con mi hermana un blog de terror (visítenlo) Eclipse de media noche y decidí escribir acerca de uno de mis autores predilectos: Edgar Allan Poe (19 de enero de 1809 - 7 de octubre de 1849), unánimemente reconocido como uno de los maestros universales del relato corto. y es a su vez el autor del único poema que me gusta: El cuervo

Es considerado el padre del cuento de terror psicológico y del short story (relato corto) este pequeño detalle es el que se mereció su lugar en mi biblioteca, pues influyo en mi autor favorito: Lovecraft de quien posteriormente escribiré.


En una de sus cartas, dejó escrito: Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; es un honesto deseo de futuro.

y los dejo con la traducción de su poema "El cuervo" que más me ha gustado y recuerden ver en wikipedia para más información de su biografía



































Edgar Allan Poe



(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)











el cuervo







Una vez, al filo de una lúgubre media noche,



mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,



inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,



cabeceando, casi dormido,



oyóse de súbito un leve golpe,



como si suavemente tocaran,



tocaran a la puerta de mi cuarto.



“Es —dije musitando— un visitante



tocando quedo a la puerta de mi cuarto.



Eso es todo, y nada más.”







¡Ah! aquel lúcido recuerdo



de un gélido diciembre;



espectros de brasas moribundas



reflejadas en el suelo;





angustia del deseo del nuevo día;



en vano encareciendo a mis libros



dieran tregua a mi dolor.



Dolor por la pérdida de Leonora, la única,



virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.



Aquí ya sin nombre, para siempre.







Y el crujir triste, vago, escalofriante



de la seda de las cortinas rojas



llenábame de fantásticos terrores



jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,



acallando el latido de mi corazón,



vuelvo a repetir:



“Es un visitante a la puerta de mi cuarto



queriendo entrar. Algún visitante



que a deshora a mi cuarto quiere entrar.



Eso es todo, y nada más.”







Ahora, mi ánimo cobraba bríos,



y ya sin titubeos:



“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón



imploro,



mas el caso es que, adormilado



cuando vinisteis a tocar quedamente,



tan quedo vinisteis a llamar,



a llamar a la puerta de mi cuarto,



que apenas pude creer que os oía.”



Y entonces abrí de par en par la puerta:



Oscuridad, y nada más.







Escrutando hondo en aquella negrura



permanecí largo rato, atónito, temeroso,



dudando, soñando sueños que ningún mortal



se haya atrevido jamás a soñar.



Mas en el silencio insondable la quietud callaba,



y la única palabra ahí proferida



era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”



Lo pronuncié en un susurro, y el eco



lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”



Apenas esto fue, y nada más.







Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,



toda mi alma abrasándose dentro de mí,



no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.



“Ciertamente —me dije—, ciertamente



algo sucede en la reja de mi ventana.



Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,



y así penetrar pueda en el misterio.



Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,



y así penetrar pueda en el misterio.”



¡Es el viento, y nada más!







De un golpe abrí la puerta,



y con suave batir de alas, entró



un majestuoso cuervo



de los santos días idos.



Sin asomos de reverencia,



ni un instante quedo;



y con aires de gran señor o de gran dama



fue a posarse en el busto de Palas,



sobre el dintel de mi puerta.



Posado, inmóvil, y nada más.









Entonces, este pájaro de ébano



cambió mis tristes fantasías en una sonrisa



con el grave y severo decoro



del aspecto de que se revestía.



“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,



no serás un cobarde,



hórrido cuervo vetusto y amenazador.



Evadido de la ribera nocturna.



¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”



Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”







Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado



pudiera hablar tan claramente;



aunque poco significaba su respuesta.



Poco pertinente era. Pues no podemos



sino concordar en que ningún ser humano



ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro



posado sobre el dintel de su puerta,



pájaro o bestia, posado en el busto esculpido



de Palas en el dintel de su puerta



con semejante nombre: “Nunca más.”







Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.





las palabras pronunció, como virtiendo



su alma sólo en esas palabras.



Nada más dijo entonces;



no movió ni una pluma.



Y entonces yo me dije, apenas murmurando:



“Otros amigos se han ido antes;



mañana él también me dejará,



como me abandonaron mis esperanzas.”


Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”











Sobrecogido al romper el silencio



tan idóneas palabras,



“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice



es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido



de un amo infortunado a quien desastre impío



persiguió, acosó sin dar tregua



hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,



hasta que las endechas de su esperanza



llevaron sólo esa carga melancólica



de ‘Nunca, nunca más’.”







Mas el Cuervo arrancó todavía



de mis tristes fantasías una sonrisa;



acerqué un mullido asiento



frente al pájaro, el busto y la puerta;



y entonces, hundiéndome en el terciopelo,



empecé a enlazar una fantasía con otra,



pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,



lo que este torvo, desgarbado, hórrido,



flaco y ominoso pájaro de antaño



quería decir granzando: “Nunca más.”







En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,



frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,



quemaban hasta el fondo de mi pecho.



Esto y más, sentado, adivinaba,



con la cabeza reclinada



en el aterciopelado forro del cojín



acariciado por la luz de la lámpara;



en el forro de terciopelo violeta



acariciado por la luz de la lámpara



¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!







Entonces me pareció que el aire



se tornaba más denso, perfumado



por invisible incensario mecido por serafines



cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.



“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,



por estos ángeles te ha otorgado una tregua,



tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!



¡Apura, oh, apura este dulce nepente



y olvida a tu ausente Leonora!”



Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”







“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!



¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio



enviado por el Tentador, o arrojado



por la tempestad a este refugio desolado e impávido,



a esta desértica tierra encantada,



a este hogar hechizado por el horror!



Profeta, dime, en verdad te lo imploro,



¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?



¡Dime, dime, te imploro!”



Y el cuervo dijo: “Nunca más.”







“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!



¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!



¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,



ese Dios que adoramos tú y yo,



dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén



tendrá en sus brazos a una santa doncella



llamada por los ángeles Leonora,



tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen



llamada por los ángeles Leonora!”



Y el cuervo dijo: “Nunca más.”







“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida


pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.



¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.



No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira



que profirió tu espíritu!



Deja mi soledad intacta.



Abandona el busto del dintel de mi puerta.



Aparta tu pico de mi corazón



y tu figura del dintel de mi puerta.



Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”







Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.



Aún sigue posado, aún sigue posado



en el pálido busto de Palas.



en el dintel de la puerta de mi cuarto.



Y sus ojos tienen la apariencia



de los de un demonio que está soñando.



Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama



tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,



del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,



no podrá liberarse. ¡Nunca más!

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